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Ser social y medioambientalmente responsables, y tener los mecanismos de la naturaleza como referencia son los nuevos estándares de innovación. ¿Cuál es el alcance de este enfoque para transformar la perspectiva que tenemos hoy en día? ¿Podremos cambiar incluso la manera en la que nos relacionamos?. Por Bernardita Laso.

Ser social y medioambientalmente responsables, y tener los mecanismos de la naturaleza como referencia son los nuevos estándares de innovación. ¿Cuál es el alcance de este enfoque para transformar la perspectiva que tenemos hoy en día? ¿Podremos cambiar incluso la manera en la que nos relacionamos?

Ser disruptivos, innovadores, ingeniosos, audaces. Estos son valores de los que se jactan muchas empresas y proyectos, ya que se vinculan a aquello que está en la vanguardia y marcando tendencia, yendo por delante o más rápido que el resto. Se relaciona con aquellos que tienen éxito y llaman la atención.

Según la RAE, algo disruptivo es aquello que genera una interrupción brusca, y también se puede entender como algo que altera la normalidad. Viendo los estándares por los que se guía el mercado, resulta curioso que aquello que altera la normalidad hoy en día sea ser una empresa socialmente responsable o un proyecto comprometido con el medioambiente. ¿Qué estuvimos haciendo hasta ahora para que lo innovador sea cuidar el planeta y a las personas?

Para responder a esta pregunta, miramos hacia atrás con un poco de ansiedad y vergüenza. Ciertamente, hicimos muchas cosas de las cuales hoy (un poco tarde) nos arrepentimos.

Pero a pesar de los errores que hemos cometido, algo debe estar cambiando, y en el buen sentido. Si bien no deja de llamar la atención el significado que hoy tiene ser innovador, nos indica que los parámetros -y, por lo tanto, el pensamiento de las personas- se están transformando poco a poco. Esto inevitablemente tiene efectos en otros escenarios, siendo el campo económico-empresarial uno de los que se encuentran en proceso de mutación.

Desde principios del s. XXI se han dado transformaciones sociales y económicas que han ido modificando las dinámicas en los mercados y entornos comerciales. Algo que permite comprender de manera muy gráfica esta evolución es el cambio en la etiqueta que usamos para referirnos a ellos: pasamos de llamarlos industrias a acuñar el término ecosistemas.

Cuando hablamos de ecosistema, aplicado al ámbito económico-empresarial, nos referimos al conjunto de participantes (proveedores, competidores, consumidores, etc) y dinámicas que trabajan desde diferentes perspectivas en torno a un territorio delimitado, o a aquellos participantes y dinámicas que se dan alrededor de una temática concreta (alimentaria, farmacéutica, inmobiliaria, etc).

Visto desde esta perspectiva, una de las principales características para diferenciar una industria de un ecosistema es el poder entender que la relación entre los actores no se limita solo a la competencia, sino que existen diversos modelos relacionales que permiten aprovechar mejor los recursos, generar colaboraciones provechosas y de esta manera, añadir mayor valor.

Este enfoque, que se presenta de manera tan disruptiva e innovadora, es en realidad un concepto que se comenzó a acuñar hace muchos años en la biología para explicar la suma de las relaciones que se dan en la naturaleza. En este sentido, lo que está presente en la naturaleza se ha convertido repentinamente en el foco de inspiración para plantear nuevas maneras de trabajar y relacionarnos. Hemos comenzado a observar que muchas respuestas a problemáticas que enfrentamos hoy en día (y que nosotros mismos hemos generado), tienen su solución ahí, en el punto de inicio. Un ejemplo de esto es la economía circular, que propone respuestas en cuanto al uso de los recursos disponibles para sustentar y cubrir las necesidades que tenemos, sin generar residuos.

Cada vez queda más clara la importancia de la naturaleza como fuente de inspiración para situaciones o escenarios que transitan las personas en su día a día. ¿Sería posible entonces reinventarnos en campos más íntimos, como por ejemplo, la forma en que nos comunicamos y relacionamos a nivel personal y profesional?

Efectivamente hay dinámicas que se dan en la naturaleza que permiten que la información vaya de un lado a otro. El mejor ejemplo es la polinización, ya que gracias a este sistema, viajan las semillas y el polen, permitiendo la reproducción y expansión de vegetales y plantas en lugares remotos. Si lo comparamos con los modelos relacionales que utiliza nuestra sociedad hoy en día, podemos identificar un elemento que no se encuentra en los esquemas que conocemos, pero que juega un rol clave en la naturaleza. Hay un personaje que se dedica específicamente a trasladar la información de un lado a otro, permitiendo que el ecosistema se extienda y se mantenga activo, las principales exponentes de este rol son las abejas.

En la publicación “Ecología social: Práctica de desarrollo de ecosistemas” redactado por el equipo de Impact Hub Amsterdam, podemos hallar una propuesta contundente que permite entender las dinámicas relacionales actuales, y a su vez, introduce un concepto que permite acercarlos a los que se utilizan en la polinización. El texto plantea que dentro de los ecosistemas existen (o deben existir) entidades que cumplan un rol como el de las abejas, y los nombra desarrolladores de ecosistemas. Ellos son personas u organizaciones que “adoptan la perspectiva del todo y asumen el surgimiento de relaciones nuevas y más profundas para crear un impacto mayor a fin de llegar a un fin común”.

Los desarrolladores son un punto de apoyo para todos los actores y no para uno solo (como sería el representante de relaciones públicas de una empresa), ya que tienen una visión macro y micro: por un lado, deben conocer a los actores, así como sus objetivos, especialidades y necesidades, pero también deben entender cuáles son los dolores y los puntos más fuertes del ecosistema en general para dinamizar la estructura y generar el mayor beneficio posible.

Los desarrolladores tienen una inmensa capacidad para generar cambios y beneficios. Sin embargo, este personaje es relativamente nuevo y aún hay muchas cosas por entender y definir de su rol. Aquí hay un punto clave para que los desarrolladores puedan prosperar: la confianza de los actores es la que hace legítima su intervención. Esto es un punto delicado, dado que la desconfianza y la falta de una perspectiva humana en el ámbito empresarial están aún muy presentes en la mentalidad de los y las profesionales. Cabe cuestionarse entonces cómo es o sería posible que existan desarrolladores en cada ecosistema: ¿Qué condiciones se deben dar para que surjan estos agentes, permitiendo que prosperen los ecosistemas? ¿Seremos capaces de ser tan disruptivos para practicar aquello a lo que aspiramos, dando votos de confianza para movilizar asuntos personales y empresariales?

Estamos en camino hacia un cambio positivo, construyendo una sociedad más humana y más responsable (la que tal vez debiese haber sido nuestro punto de salida). Tal como se indica en el estudio recientemente publicado por Impact Hub junto con Imop Insights “Comportamientos sostenibles”, cada vez somos más los que creemos que hay que cambiar. Pero es muy importante tomar acción, no quedarse en un enunciado y tal vez, atrevernos a ser los “revolucionarios y rebeldes” que apuestan con acciones concretas tanto en el ámbito personal como profesional por el mundo que necesitamos.

Entonces la cuestión que queda por resolver es: ¿Cómo será la innovación cuando dejemos atrás esta etapa de cuestionable disrupción, y empiece la disrupción real? Es decir, ¿Cómo se verá la innovación una vez estemos bien situados en el punto de salida?